18.8.06

Reseñas: El Escapista #4

Las Asombrosas Aventuras del Escapista #4, de varios autores (Planeta de Agostini, agosto de 2006). 80 páginas. PVP: 7,50 euros.

Hace poco hemos sabido que siguiente número de El Escapista aparecerá en el mes de noviembre (me niego a seguir llamando “novedad de octubre” a algo que no sale en las librerías hasta treinta días después). Y la contraportada del ejemplar que nos ocupa nos hace pensar en un momento boyante de la colección, pues se anuncia un enigmático volumen en formato prestigio… ¿No estarán pensando renumerar la serie, verdad? En cualquier caso, poca gente habrá podido resistirse a la brillantísima cubierta de John Cassaday, un falso reclamo si tenemos en cuenta la mediocre galería que se oculta al final del tomo.

Todas las historias del Escapista comparten una atmósfera extraña que nos traslada más allá de la simple anécdota que se cuenta. La presunta reedición del personaje fabulada por Michael Chabon sirve para mostrar diferentes perspectivas de Tom Mayflower, y este tomo nos trae de nuevo apuestas desiguales y alguna afortunada salida de tono.

El número se abre con El Escapista 2966, una aventura futurista de casi cuarenta páginas, con un ingenioso guión de Stuart Moore y unos dibujos horrendos de Steve Conley. En esa época, el protagonista figura junto a un gato-robot, un guiño hacia aquellas súper-mascotas de antaño. Los Plusmen requieren su ayuda después de que Robocomputador, Opto, Forj y Vap’r interfieran en su meditación. En realidad se trata de una emboscada para El Escapista que, por otro lado, está harto de huir de las trampas de la Cadena de Hierro. El episodio está plagado de curiosidades, como un cupón de descuento para el parque de atracciones paranoico de Nueva Jersey, o unos hilarantes flash-backs en los que vemos al personaje en situaciones de lo más insólitas.

Paul Hornschemeier entrega su segunda tira del Antiescapista, una divertida visión de nuestro héroe en un mundo al revés, donde Omar se llama Ramo, Big Al es el Pequeño Al y Mayflower no tiene ningún interés en salvar a nadie, es más, le encanta estar encerrado.

El niño que quería ser el Escapista es el relato más heterodoxo de la antología: desde los colores Hanna-Barbera y los ojillos a lo Jimmy Corrigan de Scott Morse hasta el alegato contra el maltrato infantil de Kevin McCarthy. La narración sólo se conecta con la serie a través de Plum Blossom, que ejerce de maestra, y de un crío que siente la necesidad de escapar de un entorno violento.

El volumen termina, en mi opinión, con la historieta más sobresaliente, una joya escrita y dibujada por Matt Kindt que se titula Reacción en cadena. Con su trazo imita el estilo de los tebeos de los años 50, incluyendo supuestas notas del editor en los márgenes (“Los pechos tienen que ser más grandes”). Sus retorcidos puntos de vista se combinan con las radiografías tan comunes de esa década –y ver gracias a la magia del cómic el interior de un maletero o un bolsillo, el corte transversal de una garganta-. Es una pena que sea tan breve y apenas podamos conocer al Saboteador, al abnegado artista que se revela contra su jefe o a la chica que pensaba hacer frente a la Cadena de Hierro.