24.4.07

Reseñas: Tomás el Gafe #10

Tomás el Gafe #10, de Franquin (Planeta de Agostini, abril de 2007). 48 páginas. Color. PVP: 9,95 euros.

Gastón es capaz de inventar un espantapájaros eléctrico, de representar la involución del homo-sapiens y de descarrilar un tren intentando romper una nuez. Su tomasófono, que se convertirá en ecosistema para multitud de especies con la llegada de la primavera, es capaz de deshojar un bosque de abetos. Una vez, el Gafe iba tan adormilado que estuvo trabajando en la oficina de Fuertes y Recio sin darse cuenta. La estación invernal y la abundancia de nieve también servirán de marco perfecto para las trastadas de Tomás –¿cuánto tardará en producirse el alud?—. Sólo en esta colección veremos tocar un trombón con una bombona de oxígeno, o aprovechar (como recomendaba el artista francés Duchamp en sus escritos) la energía residual de las personas para producir cosas útiles –como por ejemplo, canalizar la fuerza que ejercen los empleados de Spirou al abrir las puertas para exprimir naranjas, moler café e imprimir páginas—. El agente Longtarin, fan declarado de las historietas, será objeto de burla gracias al recurrente boliche (que vuelve a estar presente en distintas modalidades). Y Jeanne es la única que sigue viendo al vago con buenos ojos. Hay gags divertidísimos como el de la alfombra roja para De Mesmaeker, el de los pajaritos que se cuelan en el despacho (mientras, el nido de golondrinas descansa en la parte trasera del coche), o aquél en que el protagonista fabrica una mosca gigante para un anuncio de insecticida. Resultan igualmente brillantes otras historias, como la invención de un perfume que atrae a los caballos, el día que Gastón prueba suerte con el látigo, o cuando trata de pintar una fachada con la ayuda de una cama elástica. Este volumen contiene fragmentos de un nuevo diario escrito por Buenavista –que narra la metamorfosis del citado tomasófono—. Por su parte, Franquin atribuye la autoría de algunas planchas a otros compañeros de editorial. Sin duda, Tomás el Gafe (encargado del correo de los lectores de la revista) debía ser un personaje muy apreciado dado su puesto de intermediario en la redacción.

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