16.5.07

Reseñas: Tomás el Gafe #11

Tomás el Gafe #11, de Franquin (Planeta de Agostini, mayo de 2007). 48 páginas. Color. PVP: 9,95 euros.

Este álbum contiene algunas historias de Gaston verdaderamente memorables. Hay una en la que una panorámica intermitente de la ciudad nos da a entender que la instalación de las luces navideñas de Tomás ha ido demasiado lejos. En otra, después de recibir unos cuantos insultos irreproducibles en la oficina, el Gafe encuentra solaz junto a su ratoncito Cheese. Pero sin duda, la mejor situación se produce cuando el abominable hombre de los desastres pide a Buenavista que cuida de su gaviota, su gato, su pez y su ratón, cuyos instintos podrían empezar una guerra. En otros gags, lo más llamativo es la cinética de los personajes de Franquin. En pocas viñetas, como si fuera una película de animación, el autor reproduce frenéticas carreras por los pasillos, o parábolas de superpelotas que impactan en cualquier sitio. En otra ocasión, emplea un ascensor para que la gracia funcione –el episodio de los bolos humanos—. Gaston es el único empleado de Spirou al que se le ocurriría inundar el edificio para rescatar a su carpa extraviada. El tomasófono que creó, va más lejos y detiene un F-16. Otra estampa inolvidable es la de los trabajadores de la revista declarando en comisaría, con el mejor trazo detallista y nervioso del artista francés. ¿Os imagináis a Tomás de encargado del Palacio de la Porcelana? ¿Y al Sr. De Mesmaeker firmando por fin un contrato, después de transformarse en estatua de plástico? Los cómplices de travesuras Jules y Juan Cenizo irrumpen de nuevo para presentarnos a los Moon Module Mecs, una banda hippie sin parangón. Como guiño a los lectores de Spirou, Franquin viste al Gafe de Marsupilami. Las termitas han regresado y el jefe directo de Gaston acaba adoptando sus propios métodos para intentar que trabaje, pero no tendrá mucho éxito. Si el felino comienza a cobrar importancia en los chistes y las ballenas mascan chicle (o al menos hacen pompas involuntarias), no es de extrañar que los ratones vivan en los archivadores.

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