3.7.07

Nuevo Orden y los falsos ídolos

El primer Fanzine Enfermo se abría con un lema apocalíptico: “Y un nuevo orden llegará bajo forma de un ángel de alas de fuego con los ojos inyectados en sangre”. Teniendo en cuenta el nombre del colectivo, cabe pensar en una negación de las influencias más directas o evidentes. En cualquier caso, muchas historias contenidas en esta cabecera poseen un mensaje pseudo-bíblico y de advertencia ante peligrosas sectas. Y no cabe duda de que su lectura proporciona un placer mucho más exquisito que el de otros títulos más respetados y con mejores cifras de ventas. Aquí se dan de la mano traumas y psicopatías tratadas por los nuevos valores nacionales del noveno arte. Y si la andadura ha llegado a su fin será porque la mayoría han dado el salto al medio profesional –algunos pasaron a las filas de ARGH!—. Por otro lado, sus autores se turnan en la elaboración de las cubiertas (con papel y tinta de calidad), que confieren un estilo inequívoco a la publicación.

Alberto Vázquez, a través de sus encantadores psiconautas, animalitos toxicómanos como Vernel o Bird-Boy, relata el paso de la inocencia a la experiencia, de los ojos limpios a las pupilas dilatadas. Tras enseñarnos el cementerio de mascotas nos sumergirá en los “Paraísos líquidos” de Judas, una ardilla con ojeras de panda. Su peculiar trazo lo emparenta con la estética oriental (¿os acordáis de Tao-Tao?).

Entre las colaboraciones de Félix Díaz (El Félix para los amigos) destacaría “Un hombre diferente”, donde un robot se ve cautivado por el amor delator, aquel que nos hace especiales frente a la masa. También escribe sobre doctores pioneros que hablan con bocadillos llenos de operaciones matemáticas, y en “Presas del odio” consigue estremecernos con un cuento acerca de la lapidación. Su vertiente menos oscura se encuentra en “Winterboy” o en las tribulaciones de una oveja negra que bien podría contar con serie propia.

El Fermín Solís más políticamente incorrecto se halla en estas páginas, en las que confiesa su devoción por el Lloyd Llewellyn de Clowes, con esos beatniks y esas amazonas. Iván Brunetti, en formato apaisado, nos ofrece un lindo pajarillo pintor, mientras un Jorge Parras primerizo perfecciona su trazo naif y ya empieza a unir viñetas sin orden ni concierto. Escatología y surrealismo en grandes cantidades. ¿Braïs Rodríguez deforma las viñetas por ordenador? Sus argumentos tienen un extraño mensaje, como aquélla del hombre que quiere ser un topo y ese bizarro homenaje a “Tiempos modernos”. Parece el Paco Alcázar de hace unos años, más berlinés y sugerente, al plantear incógnitas y describir parajes extraños. Un Martín Romero poco habitual nos habla de un asesino a sangre fría en “Bajo cero”. Más brillantes son sus chistes sueltos, casi puntillistas, protagonizados por niños. Miguel Porto le rompe el corazón a su criatura en una historieta sin palabras. En una especie de homenaje a Eyes Wide Shut prescinde igualmente del lenguaje, salvo para frases como: “Haz lo que quieras, es la única ley” o “Está muerto”.

Luci Gutiérrez, alejada del cómic convencional, sorprende con recortables tan lúcidos como el de la puta y el gigoló. Su portada dedicada al terrorífico mundo de la ventriloquía no tiene precio. Lola Lorente es gótica y siniestra, con sus relatos de adolescentes fatales, envenenadores, clubs privados y novios en la horca. En “Woman” presenta una de sus secuencias más elegantes. Mientras, la imprevisible Clara Tanit narra las aventuras de una lavadora y un conejo.

Los dibujos de Daniel García, especialista en outsiders, me recuerdan a Los Electroduendes. Su “Algodón de azúcar” recrea a la perfección la pena y la gloria de las ferias de fenómenos. Asimismo, conecta con aquellos soñadores que se enamoran de la mujer equivocada, usa simbólicamente tortugas sanguinolentas y recupera los pequeños placeres de una lata de cerveza. En la línea de Entrialgo, Jano es un minimalista que usa muy bien los grises. David Rubín hace una aportación menor, en comparación a otras obras suyas. Pau Masiques parece emplear una técnica de grabado antiquísima en su “Rondalla de las estrellas” sobre una pastora abducida y en esas ilustraciones que se asemejan a las barajas del Tarot. Luis Demano, con una plumilla movida por el viento, nos habla de figuritas de plomo que se rebelan. En “Héroes modernos”, Sascha Hommer rememora la infancia con figuras de acción de He-Man.

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