27.11.07

Capital: un cajón de sastre inabarcable

“Capital” es una novela gráfica ambiciosa. No en vano, hay ocho autores detrás y por ella desfilan hasta 35 personajes. Está constituida por varias historietas ya publicadas en Barsowia, el buque insignia de Polaqia, más cinco capítulos recientes que sirven para enlazar algunas tramas y otorgar un poco de luz a este fresco hermético e intrigante –aunque quizá sean los episodios que más desentonan en el conjunto, con ciertas excepciones—. En este sentido, la obra es más valiosa por lo que sugiere y remueve en el interior del lector que por lo que expresa abiertamente.

El brillante e ingenioso Kike Benlloch llena “Capital” de elementos insólitos como farestes, tecaurios, paulöcis y ocks, y lugares imaginarios bautizados con los nombres de Dasmacia, Velouria –homenaje explícito a Pixies— y Rajistán. Sin ir más lejos, la propia ciudad imperial se hunde varios centímetros en el suelo cada año. En sus páginas nos toparemos con los niños-prodigio Isaac H. (¿Hayes?) y Alvar T., que van de mano en mano mientras los adultos no saben muy bien qué hacer con ellos. Aquí, los amigos imaginarios no son precisamente bondadosos, y en los coches de caballos, los équidos van dentro del maletero. ¡Hasta los hambrientos se manifiestan contra la comida rápida de Ôckland! Esta facultad creadora y evasiva del guionista, demostrada con creces en “Dámsmitt”, rememora aquellos inventos geniales de Boris Vian (sin ir más lejos, la enfermedad que se describe en “La flor de Rajistán” es muy similar a la que padece Chloé en “La espuma de los días”).

Otro personaje memorable de este libro coral es el marinero fantasma que se aparece en días de niebla. En ocasiones así, parece como si los autores hubiesen querido recuperar una mítica edad de oro gallega a partir de leyendas orales y mediante la recuperación de fachadas ya desvanecidas en el tiempo –sin duda, la labor de documentación es otro de los puntos fuertes de este título—. Por el contrario, hay capítulos de inspiración diversa, como ese fabuloso sueño llevado al papel en que el Sr. Marvelow descubre que ha estado todo el tiempo poniendo las asas a los mismos calderos (atención a la caricatura del guionista en la página 37, bajo el apelativo lovecraftiano de “Enry Bençoiwcz”).

Hay otros papeles llamativos, como Sôren buscando el diario de Elba o el superhéroe Sereno (cuyo diseño y manojo de llaves lo asemejan con el Escapista), el periodista Corrot, la médium Visión o Ulises Bigardo, que abandonará su rol de villano para regentar un restaurante de pescados. Liánor es la curandera del circo y la señorita Aima resulta temible tras sus infranqueables gafas, con un osito de peluche parlante que recuerda al Winnie the Pooh que salió en Hellblazer. La señora Faux y Síria destilan su odio en complicados alambiques hasta obtener la esencia de ese sentimiento, mientras los guardianes de la fe acosan a su marido. Pero “Capital”, como título inabarcable, contiene aún más ingredientes: un prostíbulo plagado de mirones, un lagarto surgido de las profundidades (¿Godzilla?), referencias al misterioso lenguaje de los nudos y un acertado uso de la literatura culinaria a la hora de describir escenas de acción.

Las historietas de “Capital” tienen suficiente peso por sí mismas, y por ello el intento de hilvanarlas resulta artificial (salvo, como hemos mencionado arriba, en contados casos). Tampoco ayuda la heterogeneidad de estilos (ocho dibujantes a lo largo de un centenar de páginas), donde sobresale por cantidad y calidad Diego Blanco –¡tengo que encontrar el dichoso “Tanque Familiar”!—. Su estilo sencillo y oscuro transmite a la perfección el gran misterio que rodea al imperio. También destacan el trazo cubista de Fonso y la sencillez del propio Benlloch (cercana en ocasiones al mismísimo Mazzuchelli). El galardonado David Rubín abre y cierra el libro con dos caras muy diferentes: pasa de mangaka a clon de Peeters con sospechosa facilidad, rechinando más de la cuenta. Jandro Xesteira transforma a Ézaram en doble de Corto Maltés, mostrando un registro distanciado al de sus compañeros. El trabajo de los hermanos Covelo llama la atención por su tono caricaturesco, y los pinceles de Álvaro López son sin duda mejores que los que hizo para “El jardín atómico”.

Haciendo balance, se aprecian distintos grados de implicación por parte de los autores, y uno llega a la conclusión de que hubiese sido mejor publicar una antología de estos relatos tan sugerentes a convertirlos en una novela unitaria. Pero cavilar sobre un producto futurible no nos llevaría a ningún lado, de modo que será mejor quedarse con la desbordante creatividad que exudan los chicos de Polaqia. Había un caudal de ideas inmenso y un planteamiento arriesgado. Así, “Capital” se transformó en un precioso y absorbente cajón de sastre que, por encima de todo, deparará al lector un buen rato de suspense.

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