22.2.08

Reseñas: La nueva isla del tesoro

La nueva isla del tesoro, de Osamu Tezuka (Glénat, febrero de 2008). 232 páginas. B/N. PVP: 8,95 euros.

Existe una primera versión de “La nueva isla del tesoro” (“Shin Takarajima”, en el original) que Tezuka firmó a medias con el veterano Shinichi Sakai en 1947, pero el manga que ha lanzado Glénat se trata del remake que hizo el propio creador de Astroboy a mediados de los ochenta. Es decir, el mismo que apareció en la enciclopedia Kodansha de 300 entregas. De eso y otros muchos detalles nos enteramos tras leer el artículo de Alfons Moliné y el fantástico epílogo –que justifica de por sí la compra de este tomo— titulado “El diario de mi debut”, unas 40 páginas donde el autor de la Princesa Caballero, con su particular sentido humor, se muestra como un hombre dedicado a su oficio, un artista completo (le interesan el teatro y el cine) y comprometido con su tiempo –hablará de política y ecología a menudo—. ¡Y atención al lapsus germánico!

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Cubierta de la primera edición de Shin Takarajima de 1947.

Como el recomendabilísimo “Crimen y castigo”, este libro también es una adaptación libre de un clásico. El reparto lo constituyen el aventurero Pete y su perro (el hada Pan encarnada, artífice de toda la ensoñación posterior), el capitán Mostacho, el ambicioso pirata Boar y el tarzán Barón –este personaje sea quizá el más llamativo, al unir Stevenson con Burroughs—. El resto de ingredientes son de sobra conocidos: una isla remota, el plano de un tesoro, una tribu de caníbales, una jungla plagada de fieras, el oleaje, los tiburones, el zafarrancho y el naufragio.

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Primeras páginas del volumen, toda una lección de arte secuencial.

La naturaleza maniqueísta de los personajes viene condicionada por el público infantil al que va dirigida la obra (aunque no me imagino yo a los niños de hoy en día leyendo a Tezuka). Durante la acción, el dibujante introduce ciertos gags cómicos –algunos previsibles y otros muy heterodoxos—. El argumento, aunque correcto, suena ahora a mil veces contado, pero es que se publica con 60 años de retraso… En su momento significó un boom, una revolución gráfica (el autor de Black Jack era un estudioso de los viejos cartoons y llevó a la práctica un lenguaje muy cinematográfico, como puede observarse de manera ejemplar en la primera secuencia de la historia, con elipsis y zoom innovadores), los certeros pasos de un pionero que llegaría más lejos que ningún otro mangaka de su generación.