Edward Gorey, culmen del género gótico (I)
Era natural que una editorial como Valdemar se hiciera con los derechos de la obra de Edward Gorey. No en vano, fue la encargada de traducir al español los poemas de Lovecraft, así como otras obras de culto igual de imprescindibles. Hoy nos detenemos en el primero de los tres volúmenes bilingües –en exquisita tapa dura— que ha publicado: Amphigorey.
El libro contiene 15 cuentos ilustrados (llamarlos cómics sería demasiado atrevido) por una plumilla tan detallista que roza lo enfermizo. La analogía con Carroll es inevitable, pues el autor de Chicago también siente especial devoción por las nínfulas desamparadas. Pero por encima de todo es el maestro de la turbación y el humor negro –y no sólo germinó la imaginación de Tim Burton, sino la de otros cineastas como David Lynch—. Sus páginas están plagadas de estancias lúgubres, abecedarios del horror y estampas aberrantes (pese a que las imágenes nunca son indecorosas, llegan a resultar estremecedoras).
“El arpa sin encordar” es un relato sobre la curiosa manera de escribir un libro que tiene el protagonista, uno de sus mendigos-aristócratas (visten como outsiders y viven en lujosa decadencia). En este sentido, el trabajo de Óscar Pálmer, que prefirió mantener el sentido del inglés en lugar de mantener la rima a toda costa, hay que calificarlo de sobresaliente. El verbo florido de este anglófilo fetichista rememora a veces el teatro del absurdo con títulos como “El invitado incierto”, donde describe al fantod, una de sus criaturas fantásticas.
Gorey, culmen del género gótico, es capaz igualmente de mostrar una faceta más naif que admite el color –por ejemplo, en “El libro de los bichos”—, pero manteniendo la misma dosis de crueldad. ¿Acaso dirigía estos cuadernos a un público infantil y perverso? Sin duda, el creador de Amphigorey (que reúne obras fechadas entre 1953 y 1965) poseía un ingenio sin parangón, así como una personalidad inquietante.
“La niña desdichada” es una obra muy representativa de su visión de la miseria humana, al centrarse en el rapto y posterior desgracia de una cría. “El sofá singular”, con sus omnipresentes uvas, es tan pornográfica como cómica. Destaca el uso de la sugerencia y la descripción del mueble fatal. En “La dresina de Willowdale” hace acto de presencia la muñeca negra (un presagio de accidente), y en ella seremos testigos del viaje por los raíles de tres personajes a lo largo de un sinfín de páramos desolados, donde lo más llamativo son los dramas ajenos que se narran.
“Los pequeñines macabros” es un antecedente clarísimo de “La melancólica muerte de Chico Ostra”, pero con un desenlace mucho más contundente. Por su parte, “El ala oeste”, sin palabras, es un paseo por un emplazamiento de pesadilla que alberga enigmáticas puertas de madera ribeteada y paredes empapeladas. Además hay sitio para la nana infantil del feo rampante “Wuggly Ump”, una variante muy significativa del clásico “Que viene el Coco”.
2 Comments:
Hola Kalashnikov. Hace casi 2 años que no me pasaba por aquí, ya ni me recordarás. He dejado los comics de lado pero me agrada ver la buena salud que conserva tu blog. Un saludo.
Me alegro de reencontrarte, amigo Nexus ;-) ¿Esto significa que vuelves a las andadas?
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