28.4.08

Edward Gorey: La amenaza latente (II)

Las recopilaciones de Amphigorey aparecieron en 1972, 1975 y 1983, respectivamente. Después de leerlas con fruición, no queda claro con qué propósito (quizá sólo el juego anagramático) emplea su gama de pseudónimos, dado que el autor de Chicago posee un trazo delator e inconfundible. El abismo es el destino mayoritario de sus personajes y en “El fresco de la guardería”, entre inocentes hipopótamos, puede interpretarse el mensaje: “Fríe a la niñera”. Sus relatos mezclan la devoción y la beatitud con tentaciones que terminan suponiendo la perdición del protagonista. En estampas como “La tragedia inanimada” nos habla del sinsentido de la guerra, describiendo una rebelión promovida por aparejos de costura.

En su obra define la vida como algo “molesto, incierto, deprimente y tedioso”, mientras le obsesionan el ballet y las urnas funerarias que caen del cielo. En “Los obeliscos chinos” —como de costumbre, es un título que despista abiertamente al lector—, Valdemar nos permite disfrutar de los bocetos a plumilla de Edward Gorey. En la versión final, introduce papelillos arrugados por cada esquina, a lo mejor para realzar el concepto de “desecho”.

Sobresalen las páginas pertenecientes a “Los primos dementes”, así como el extrañamiento producido por el ciclista que agarra del brazo a una joven dentro de un túnel. Igualmente, el onomatopéyico “Libro sin título” estremece con muy pocos ingredientes: un niño asomado a la ventana, extrañas criaturas subterráneas y un cometa apocalíptico. Destaca la originalidad del libro que narra la suerte de un calcetín abandonado y sus consejos sobre no abrir el sobre equivocado.

Gorey hace gala de una crueldad muy peculiar, que recuerda a la sinceridad absoluta de los niños y su falta de compostura: “Dulce de leche hecho con cieno y resto de lápices”. El segundo tomo de la edición española contiene además interesantes colaboraciones con Alphonse Allais y Charles Cross. Junto a este último experimenta con la horizontalidad y verticalidad de las viñetas, para cerrar con un hermoso lema: “Un libro para que se enfaden los hombres serios y se diviertan los niños pequeños”.