1.5.08

Edward Gorey o el encanto del “outsider” (y III)

Durante la confección de esta serie de artículos sobre el indispensable Edward Gorey me informo de que ya ha aparecido en EEUU una cuarta antología titulada Amphigorey Again, que no estaría mal que Valdemar tradujera cuanto antes al español. En su tercer libro, el autor decribe animalillos huidizos y rampantes, heterodoxos y outsiders al fin y al cabo. En “La gelatina azul” (un color sumamente sugerente para el artista), contrapone el glamour de una soprano con la miseria de un fan desiquilibrado –el trágico asesinato de John Lennon aún estaba reciente—.

Gorey es un maestro de la sorpresa o chiste final, aunque a veces prefiere distraer la atención hacia otros elementos. Por ejemplo, en “El jueves pasado por agua”, contrasta el negro de las forjas sobre los débiles trazos de plumilla. Sólo un genio del horror sabría sobrecogernos a través de un ser inerte. Ahí están esas horribles pasamanerías que adoptan formas reconocibles y casi humanas. En “La gran pasión” adopta una estética oriental muy elegante y obliga a sus personajes (caracterizados por una flagrante indolencia) a que exageren sus modos, para terminar hablando de la incomunicación.

Si en algunas obras introduce el color, en otras opta por ocultar letras o incluso palabras enteras para establecer un vínculo lúdico con el lector. En sus cromos de ciclismo atisbamos una visión irreverente de lo religioso. Pero es en “El legado de Awdrey Gore” donde lleva su experimento más lejos que nunca: con la excusa del hallazgo de un misterioso paquete que pertenecía a una falsa escritora, Gorey presenta un puzzle en bruto de infinitas posibilidades que bien podría conformar una fabulosa novela negra: personajes, ambientaciones, maneras de morir...

“La pareja abominable” es uno de sus libros mejor valorados. Protagonizada por un matrimonio de asesinos de niños –Gorey se esfuerza en alimentar los miedos infantiles—, en sus páginas se suceden escenas desoladoras y tristes. Luego hay una categoría de cuentos irresolubles, a la que pertenecerían las viñetas de la bicileta epiléptica o las cuentas verdes. Su siniestra fijación por los rosarios y urnas funerarias continúa, mientras despacha “La broma estúpida”, la aterradora fábula acerca de un niño que no quería salir de la cama.