8.5.08

Reseñas: El reductor de velocidad

El reductor de velocidad, de Christophe Blain (Norma Editorial, abril de 2008). 80 páginas. Color. PVP: 19 euros.

Aunque ahora se han equiparado los precios (siempre hacia arriba), antes resultaba caro leer cómic europeo, en general porque solía publicarse en formato cartoné –el más sensible a golpes y caídas—. Christophe Blain se ha convertido en uno de los autores emblema de Norma, que recupera “El reductor de velocidad”, una obra de juventud donde el autor de Gus narra sus experiencias en la Marina. En este sentido, quizá las prisas para llegar al Salón del Cómic hayan motivado ciertos errores de rotulación y tipografías. El trazo versátil del dibujante recuerda unas veces a Sfar y otras al ilustrador Reiner Zimnik.

A bordo del descomunal “El Belicoso” somos testigos de la camaradería y los horribles vértigos que embargan a Georges Guilbert (su álter ego) y al escritor Louis Blinault, quienes se adentran hasta las profundidades del buque junto al presunto espía Sam Nordiz para toparse con el reductor de velocidad, un imponente y carísimo engranaje. Sobresale el uso de tonalidades cromáticas agobiantes –sobre todo rojos y amarillos— durante este descenso a los infiernos, que dará lugar a peleas, deserciones y pesadillas con cachalotes.

Blain describe la vida en el barco como algo peligroso, dada la exposición a continuos accidentes. Y nos habla de un mundo dentro de otro (la sala de máquinas) y de la posibilidad de evasión pese al aislamiento –ojo a la triste anécdota de la mascota—. “El reductor de velocidad” es un álbum inspiradísimo en el que el dibujante de “Sócrates el semi-perro” da buena muestra de un talento que luego despuntaría en títulos como Isaac el Pirata.