18.8.08

Reseñas: Lost Girls #3

Lost Girls #3, de Alan Moore y Melinda Gebbie (Norma Editorial, junio de 2008). 112 páginas. Color. PVP: 23 euros.

Moore eleva la pornografía a la categoría de obra de arte en el desenlace de esta trilogía. Para ello ahonda en la hipocresía de la aristocracia durante los años del imperialismo, cuando se lucían elegantes vestidos y se fornicaba en familia. No es extraño que las secuencias de pedofilia explícita –que en ningún momento se justifican, es más, el guionista británico insiste en separar ficción de realidad— provocaran la censura de Lost Girls en los países más puritanos. Ojo a las referencias a Pierre Loüys y Schiele de Monsieur Rougeur, el gerente del Himmelgarten que toma aquí un papel activo (aunque sea sodomizado) al hablar de sus falsificaciones y revelar un pasado rimbaudiano. Al fin y al cabo, su único propósito al confeccionar aquel librito blanco era despertar las pasiones ocultas de sus huéspedes, algo con lo que jamás podrán arrasar las guerras.

Leyendo Lost Girls averiguamos que el Leñador de Hojalata era un amante de costumbres mecánicas y rutinarias –atención al terrible splash-page de Gebbie, cuyas acuarelas se adaptan al registro que necesite cada episodio—. Por otro lado, el padre de Dorothy actuaba como un mago capaz de controlarlo todo, y la llevaba de compras a Nueva York con frecuencia. El Capitán Garfio abusaba de Peter Pan por unas monedas, mientras Wendy fantaseaba con que unos piratas la violaban. También hay una mención al mito de la vagina devoradora, encarnado por el cocodrilo de un villano que intenta negar el paso del tiempo. La madriguera de Alicia no es más que el pozo de depravación en el que se vio inmersa tras probar las drogas y el sexo desenfrenado. El personaje de Carroll, además, perdió la cabeza el día que decidió revelar la gran mentira. Asimismo, cabe considerar esta novela gráfica como un homenaje a la figura de la mujer, cuyo cuerpo se describe y venera con profusión.

Moore vuelve al espejo en el último capítulo para cerrar la historia de manera círcular (fantástica la imagen del cristal multicolor astillado) y con cierto tono cinematográfico –preparaos para experimentar el traveling en viñetas—. La única pega es que no hayan traducido al pie el diálogo de los soldados alemanes.