El manga salva a las nuevas generaciones
Los inescrutables designios del azar se empeñaron en que asistiera el pasado sábado al Salón del Manga de Jerez, un desplazamiento que se saldó con unas cuantas deducciones sobre el mundillo y otras tantas fotos que lo corroboran. En primer lugar, como aficionado al cómic japonés y a la animación, no encuentro la diferencia entre el cosplay y los clásicos disfraces de Carnaval. Si en ambos casos la cuestión es travestirse e interpretar el papel de la máscara, ¿por qué llamarlos de un modo distinto? Lo cierto es que las mallas verdes, las casacas azules y los uniformes de colegialas a go-gó llamaron mucho más mi atención que cualquier stand de novedades. No en vano, el salón jerezano tiene muy buena fama en ese aspecto, aunque resultaba curiosa la estampa.

Por un lado los padres de los otakus más jóvenes, con la actitud de asistir a una fiesta infantil de McDonald’s y sin perder de vista a sus vástagos desde la barra. Y por otra parte, desperdigadas por todo el recinto, cosplayers menores de edad ataviadas según el criterio de unos dibujantes nipones bastante perversos. Había de todo, verdaderos monstruos y auténticas hermosuras, así como aficionados un pelín excitados debido a la presencia de sus heroínas de carne y hueso.

Dada mi ignorancia sobre la mayoría de las series manga que se editan actualmente solicito la ayuda de los lectores más avezados para identificar, al menos, los personajes que aparecen fotografiados aquí. Había otros modelos, un poco extraviados, de Pac-Man y X-Men, y un concurso oficial donde el sonido dejaba mucho que desear.

En los stands, librerías y asociaciones hacían su agosto merced a una marabunta que, por el hecho de no vivir en ninguna capital de provincia tiene más dificultades que la media para completar una colección. ¡Y hubo tantas transacciones que más de un tendero se quedó con la vuelta en la mano! Entre los mensajes del salón, el socorrido “Lo peligroso no es el manga, sino la ignorancia” (¿no estaba superado?), estampada en pósters y camisetas.

Proyecciones de anime, concursos de karaoke y baile coordinado, lucha de gladiadores (con algún gordito convencido de que ha encontrado su vocación) y un taller de idioma constituían el programa de actividades paralelas. Aunque también hallé ciertos tebeos americanos algo despistados en medio del fragor del sol naciente. Sin duda, me quedo con el sentimiento positivo propiciado por los chavales que me acompañaban durante el viaje de vuelta en autobús. Henchidos de hormonas y alegría post-consumista, todos comentaban con detalle lo bien que lo habían pasado aquella tarde en el pabellón de deportes. No cabe duda de que el manga ha salvado a las nuevas generaciones.