24.11.08

Reseñas: Cinderalla

Cinderalla, de Junko Mizuno (Imho, noviembre de 2008). 136 páginas. Color. PVP: 11 euros.

Acerté siguiendo la recomendación de Werewolfie, que me hizo pensar que, más allá del capricho gráfico de esta rara avis nipona, se escondía un libro excitante y estremecedor. A medio camino entre Hino, Tezuka y el cotizado Murakami, Cinderalla es una mezcla enfermiza de candor y voluptuosidad, una orgía de sensaciones chocantes con generosas dosis de top-less y pechos descomunales, hasta tal punto que el lector olvidará por completo que se encuentra ante una recreación de Cenicienta –un cuento sobre el trabajo hasta la extenuación, un drama muy japonés por otra parte—. Hay zombis, yakitoris y salsa terikayi, alcohol, ojos rojos, una madrastra glotona, un Príncipe que recuerda al de Saint-Exupéry, unos gemelos murmuradores, hadas inexpertas, una rata y una tortuga gigantes… Junko Mizuno saca partido a sus limitaciones con un detallismo patológico y alucinógeno. La traducción es francamente mejorable, pues incluye demasiadas erratas que no consentiríamos en cualquier otra editorial (pero Imho aún se está asentando en nuestro país). A cambio, la versión española de Cinderalla contiene numerosos extras: una entrevista a la autora, falsos anuncios, la génesis del hambre insaciable de uno de los personajes, un programa de cocina de corte surrealista y escenas de un videoclip. Sin duda, junto a Intermezzo, uno de los mangas más sorprendentes del año.

18.11.08

Reseñas: El último mosquetero

El último mosquetero, de Jason (Astiberri, noviembre de 2008). 48 páginas. Color. PVP: 12 euros.

Astiberri puede sentirse orgullosa después de haber publicado en el mismo año tres de las mejores obras de Jason, a cada cual más interesante. En “El último mosquetero” vuelve a mezclar géneros a simple vista incompatibles, como el de capa y espada y la ciencia-ficción. ¿Os imagináis a Athos al lado de un robot? Hay otros elementos anacrónicos como los cigarrillos o las pistolas láser, y personajes como ese trasunto marciano de Fumanchú o la versión antropomórfica de Catherine Deneuve. Entre los demás secundarios sobresalen el general Amir, el difunto Portos, el renegado Aramis o el conde Rochefort. El artista noruego posee un don innato para el humor (la relación entre el rey y el súbdito es del todo hilarante) hasta el punto de que estas páginas me recuerdan a los mejores tiempos de Lapinot. Del color se encarga Hubert, como de costumbre, con esos tonos verdes, amarillos o ese fantástico púrpura propio del cardenal Richeleu.

Reseñas: Argh! #5

Argh! #5, de varios autores (Pure Basure, noviembre de 2008). 48 páginas. Bitono. PVP: 5 euros.

El número azul y naranja de la revista coordinada por Jorge Parras y Félix Díaz parece ofrecer más libertad creativa a sus colaboradores, pues a la hora de desarrollar las historias ya no dependen de un único color. La entrega se abre, a mi juicio, con una de las portadas más flojas hasta la fecha (¿no resultaba más impactante el póster central?). Las tiras de Honky’n’Smonky mantienen el tono escatológico acostumbrado y esa mezcla tan especial de candidez y humor negro, además de presentar a un personaje que recuerda al Conde Draco. Bob Flynn nos enseña la mejor manera de vencer a un demonio de dos cabezas, incluyendo el cameo de una divertida criatura-manguera. Martín López, por su parte, narra la experiencia de un científico al que no respeta ni su propio chimpancé, que desemboca luego en una guerra microscópica. Néstor F. recupera a su niño rollizo, que en esta ocasión descubre las crueles matanzas de cerdos para terminar ejerciendo de guardaespaldas de su gorrino. Mandelbro guioniza varias páginas sobre una extraña conspiración de ciegos que quizá abran una nueva vía en la producción de Parras: tramas apocalípticas por encima del chiste en cada viñeta –su Fred Lamota encajaría a la perfección en este nuevo subgénero—. Otras veces, el autor de Llerk Valley satisface a sus fans más conservadores con Guou Llea! y el odioso Hombre Ardilla. Más allá del gore, Ferrán Esteve ironiza sobre las expectativas humanas, mientras Paola Gaviria repite inexplicablemente con sus enfoques imposibles y, eso sí, una buena anécdota. Jorge Pérez-Ruibal supone todo un hallazgo tras ver lo bien que utiliza el bitono en “Escarcha adolescente”. ¿También es el responsable de “Limalandia”? Pero sin duda, lo mejor de este Argh! es “Milk Wars” de Elfélix, donde relata otro sueño húmedo de Dog Boy. Además, sus labo rats seguro que darán mucho juego. Brais Rodríguez insiste en las metamorfosis surrealistas, la droga y los esqueletos, al tiempo que Molg H. homenajea a Escher a través de su lápiz óptico cruel e inquietante y Mar Malota nos regala otra lámina futurista. ¿Apostarán ahora por el verde y el amarillo juntos?

10.11.08

Reseñas: Jingle Belle

Jingle Belle, de varios autores (Dolmen, septiembre de 2008). 104 páginas. Color. PVP: 18 euros.

Muchos meses después de su anuncio, adecuando la fecha de salida al contenido navideño de sus páginas, Dolmen lanza por fin el volumen de Jingle Belle, la hija no reconocida de Santa Claus, un entrañable personaje creado por Paul Dini (autor de Amor Loco y padre de Harley Quinn) que se caracteriza por un look juvenil muy provocativo: piercings, medias a rayas y peto verde. La asistencia de José Garibaldi a los dibujos –la nómina la completan Stephanie Gladden y J. Bone—, le dan a la obra un aire multicolor muy Walt Disney, aunque también hay similitudes con el grafismo moderno de Kyle Baker o el histrionismo de Ren & Stimpy o Peter Bagge. El álbum también se sustenta gracias a unos secundarios geniales, de la talla de Polly Green, los glotones, los lemmings y el elfo de la perilla, entre otros. La edición española contiene cinco historietas (cuatro breves y una más extensa, “Ring a-Ding-Jing”). En sus páginas encontraréis una crítica a la industria televisiva de especiales navideños –con guiños al stop-motion y la animación 3D—, referencias a Hansel y Gretel, más datos sobre la leyenda de Jingle Belle (que suele ayudar a quien se halla en apuros), una velada accidentada de coyotes y gatitas o la tranformación de un parque de atracciones en un casino, con el consiguiente enfrentamiento de la mafia. Vehemente, atrevida y cabezota, la protagonista asume los problemas subida a un buey volador. Con este libro tan degustable uno se alegra al ver la buena salud de que goza el tebeo infantil –en esta ocasión, de la mano de Dark Horse—. ¡Me encantó el chiste de “pastelito”! Sin duda, ha valido la pena esperar (la editorial mallorquina, además de las cubiertas en cartoné, incluye una introducción y las cubiertas americanas).

3.11.08

Reseñas: Shortcomings

Shortcomings, de Adrian Tomine (Mondadori, octubre de 2008). 112 páginas. Blanco y negro. PVP: 19,90 euros.

¿Hubiera existido Tomine sin Clowes? Aquí hay estampas que recuerdan mucho a “Ghost World” o “Locas”. En las solapas se le compara con Alex Robinson (y se adelanta gran parte de la trama), quizá por este slice of life con tintes cinematográficos –ojo a la presentación de personajes—. El protagonista es el director de una sala de cine llamado Ben Tanaka, que funciona como álter ego antipático del autor (por mucho que él lo niegue en El País), lleno de prejuicios raciales y amigas lesbianas –hay gente igual en todas partes—, que por fortuna obtiene su merecido. Resulta divertido ver cómo aguanta los caprichos de sus amantes y apenas soporta los pequeños defectos de su pareja. El relato posee un aire muy cotidiano, ambientado entre Berkeley y Nueva York, hasta que la historia da un giro detectivesco en el desenlace. ¿Una novela gráfica demasiado aséptica? ¿Una historieta desarrollada pensando en su posterior traslación a la gran pantalla, con el propósito de agradar a todos? ¡Cualquiera diría que Tomine busca un hueco en Hollywood! Eso sí, a lo largo de las tres partes en que se divide la obra, el creador de “Rubia de verano” se explaya con ágiles diálogos y un humor finísimo. Mención aparte para una planificación excelente, con elipsis geniales y viñetas de distintas escenas intercaladas en una misma página para enganchar al lector de cabo a rabo. Mondadori ha editado lujosamente el libro, en formato cartoné y ribetes dorados, escondiendo una cinta métrica bajo la sobrecubierta –sabe Dios para medirse qué—... Aunque en las páginas a veces se aprecia cierto pixelado.