20.8.07

Wasterlain, el discípulo de Peyo

Wasterlain es un autor belga cuya obra se ha publicado en nuestro país de manera desigual. Ediciones B solía incluir en sus revistas bastante material europeo, como Dr. Poche, entregas de una sola página sobre un personaje ingenioso y soñador que recordaban a Tomás el Gafe (no sólo por su protagonista, sino también por un trazo deudor de Franquin y Peyo a partes iguales). Durante una etapa gloriosa de Súper Mortadelo se editó la historieta larga de Rita Reporter (Jennette Pointu en el original) “El hijo del inca”, con un estilo más realista.

Ya a principios de los noventa, Anaya lanzó cuatro álbumes de Las aventuras de Gill y Georges“La máquina perpleja”, “El señor de los robots”, “Los hombres transparentes” y “La princesita de los 7 planetas”—. Gill tiene un jeep de la Segunda Guerra Mundial y es el más atrevido de la pandilla. Georges es el gordito que anda siempre resfriado y quejoso, apasionado de la astronomía y la robótica (en la línea de los jóvenes lectores de Spirou). Y Johanna es la guapa fotógrafa que se integra a las mil maravillas en los fantásticos mundos paralelos que irán visitando (hemos de recalcar aquí cierta semejanza con los diseños de Valerian). Junto al Profesor Kazar, que lo tiene “todo previsto”, y los juguetes mecánicos Bibor y Kuuk, conocerán continentes exóticos plagados de tribus de perros, gatos, monos y cabras antropomórficas –que los aficionados españoles relacionarán enseguida con D’Artacan y Willy Fog—, o a los terribles molloks (¿un antepasado de la mostrorrata?). Lo más particular de Wasterlain se encuentra, sin embargo, en su narrativa. Presenta a sus criaturas en cómodas escenas cotidianas para luego enredarlas en una serie de situaciones límite (incluyendo viñetas y vocablos que hoy no podrían catalogarse dentro de la literatura juvenil), y acabar con un falso final lleno de sorpresas e incógnitas que nunca nos dejará saciados. Y esa concepción de continuidad entre los títulos (no autoconclusivos) es quizá uno de los aspectos más originales del discípulo del creador de los Pitufos.

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14.8.07

Críticas: Los 4 Fantásticos y Silver Surfer

La secuela de Los 4 Fantásticos cuenta con el mismo reparto que la primera: una Susan “no sé qué hacer con mis raíces” Storm más antipática que nunca, un Reed Richards que nos deleitará con un baile ridículo, un Johnny Storm de trapecios abultados y un Ben Grimm amante del porexpán. La novedad, frente a un Dr. Muerte metrosexual y con cara de palo, se halla en la incorporación del Silver Surfer hecho con mercurio exterminador. Si en los cómics se caracterizaba por una poesía cósmica y verborreica, en la pantalla apenas enlaza tres frases (por no hablar de la posición fetal para liquidar a Galactus de un plumazo, al que los neófitos confundirán lo más seguro con un huracán, dado su aspecto de fenómeno atmosférico). Al menos han conservado en el guión una referencia a la “estela plateada” que deja el visitante. Sin embargo, es inevitable soltar algún bostezo cuando la mayor parte del metraje está dedicada a los preparativos de la boda de Mr. Fantástico y la Mujer Invisible. Y ojo con la excelsa aparición de Stan Lee, dentro de su línea chisposa.

Lo más acertado, a mi juicio, son los instantes en que los miembros del supergrupo intercambian poderes, transformándose así en una máquina de cuatro fantásticas facultades. Una persecución por aquí, un chiste forzado por allá… Los 4 Fantásticos y Silver Surfer es, en suma, una cinta mediocre y prefabricada, sólo justificada por la posterior avalancha de merchandising.

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11.8.07

Críticas de cine: Planet Terror

Supongo que este proyecto de Tarantino y Rodríguez de retomar en las salas de cine la mítica sesión doble también incluía grabar falsos tráilers como el deternillante Machete. A la espera del estreno de Death Proof para poder evaluar el resultado de Grindhouse, la cinta del director de Sin City propone una vuelta a la comedia gore de serie B. El Rey domina las artes marciales, Palomita es una go-gó con la pierna amputada –quizá la actuación de la embrujada sea lo peor del conjunto— y Bruce Willis es un soldado que asegura haber sido atacado con gas tóxico después de hallar a Bin Laden en Afganistán. Y esta sustancia, controlada por mafias que coleccionan los testículos de los traidores, será la que provoque la aparición de zombies caníbales en toda la región. Por si fuera poco, un doctor sin escrúpulos y una anestesista peligrosa serán los encargados de curar a las víctimas de la masacre (¿la enfermera es una autorreferencia a Kill Bill?).

En Planet Terror, cada muerte se celebra con un cubo lleno de sangre. Cualquier final, por sádico que parezca, tiene cabida aquí –destaquemos la escena del helicóptero rebanando cabezas, la secuencia en que cuatro no muertos devoran a un policía casi sentados a la mesa o lo explícito de las inyecciones multicolor—. Parafraseando a uno de los personajes, Robert Rodríguez parece haber encontrado la salsa barbacoa definitiva: se limita a entretener y no a profundizar psicológicamente en unos papeles caricaturescos. Se aprovecha de los tópicos y suministra humor y sorpresas a partes iguales, acertando de pleno en los momentos menos efectistas. Además incluye un cameo de Tarantino, al que atravesarán los ojos con astillas de madera y agujas… ¿No es lo que ibais buscando?

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La fauna noctámbula de Ulf K.

Hasta ahora, las publicaciones en castellano de Ulf K. siempre han venido de la mano de Ricardo Mena. Fue responsable de la coedición de El año que fuimos campeones del mundo (Cabezabajo/Aleta, 2005) y la salida de La primera estrella (Dolmen, 2006). Y hace unas semanas, otro Ricardo (el de Dibbuks) anunció el lanzamiento de Hyeronimus B. para el mes de septiembre.

El primer título, escrito junto a Andreas Dierssen, se centra en el Mundial del 74 que ganó la selección alemana. Ulf K. repasa aquí sus recuerdos infantiles, las tardes interminables jugando al fútbol, el intercambio de estampitas o la asimilación del rol de la estrella del campo. En definitiva, habla del egoísmo y la crueldad de los niños, pero también de su bondad y entrega.

El segundo libro significa un avance en su línea clara, una evolución del claroscuro y una tendencia al neocubismo similar a la de Max. Destaca igualmente el uso de tramas y lápiz para las sombras. El autor se centra entonces en los anhelos profundos y en las posibilidades de evasión, recurriendo a personajes solitarios y sentimentales –fauna noctámbula y circense, cazadores de estrellas y navegadores solares— para luego describir a la Noche y la Luna como si se trataran de encarnaciones con aspecto humano. Más tarde explica con una genial alegoría por qué los subterráneos de París están llenos de calaveras y retrata a la Muerte montada en su purasangre, subrayando que los designios celestes están por encima de los terrenales. “Y la luna despierta fuera” es el séptimo y último relato, cuya estética diferenciada (con un trazo que recuerda al primer Fermín Solís) lo convierte en epílogo perfecto de la colección.

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7.8.07

Reseñas: La Cosa, Juego y Diversión #2

Los Cuatro Fantásticos #14, de Dan Slott y Andrea DiVito (Panini Comics, agosto de 2007). 52 páginas. Color. PVP: 3,25 euros.

Esta segunda entrega de La Cosa de Slott me ha recordado por qué ya no compro tebeos de 24 páginas. ¿Es que han trasladado el tiempo real a las viñetas? La trama avanza sin que ocurra nada relevante, como si todo estuviese a cámara lenta. Los héroes se encuentran a merced de Arcane en su parque de aberraciones, así que su mayor ocupación será poner a salvo a los inocentes. Mientras Halcón Nocturno y Constrictor no dan mucho juego, el anodino Brynocki (una mezcla entre Astroboy y Goku procedente de Master of Kung-Fu) resulta lo más llamativo. Entre todas las perillas presentes había pasado desapercibida la de Tony Stark, que hará su numerito el mes que viene. Este episodio mezcla desfiles jugueteros a la vieja usanza y efectos de movimiento con Photoshop en la montaña rusa (esos que hacen creer que la miopía ha vuelto), así como las ya obvias réplicas robóticas de los iconos Marvel, con Hulk a la cabeza –y sus primos multicolores a la vuelta de la esquina—.

DiVito y Villari hacen un trabajo presentable (al menos mejor que el del dibujante de Paul Dini en la serie actual de Batman, que invita a todo menos a leerlo), al tiempo que Slott no parece tan bien dotado para el humor como en Hulka. Sin duda, esta etapa debió significar un campo de pruebas para el autor antes del salto a la colección regular de Jennifer Walters. Por cierto, La Cosa decide abandonar el país ante la llegada de un crossover como Civil War. Si yo fuese un personaje de la Casa de las Ideas y tuviese su dinero, hubiese hecho exactamente lo mismo. Y una curiosidad: la cubierta de la edición especial de Panini está invertida. ¡Fijaos en el cinturón de Ben Grimm!

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Reseñas: Tomás el Gafe #16 y #17

Tomás el Gafe #16 y #17, de Franquin (Planeta de Agostini, julio de 2007). 48 páginas. Color. PVP: 9,95 euros.

Estos dos volúmenes recogen las últimas tiras de Gaston en la revista Spirou –aún quedan otros dos álbumes de material inédito y/o disperso—, fechadas entre finales de los setenta y principios de los ochenta. Las historietas, ahora incluso de dos páginas, suelen centrarse en la tartana móvil de Tomás, aunque persisten las ensoñaciones en compañía de Jeanne. También hay chistes con tiburones, y Juan Cenizo, como si fuera el alter ego del autor, aparece deprimido en un cubo de basura. El Gafe, que se ha construido un laberinto con los documentos y libros de la redacción, se muestra más derrotista y violento, más pesimista y por tanto más destructivo. La guerra de los parquímetros se convertirá así en un ataque personal contra el agente Longtarin –saldrán modificados como tragaperras, como expendedores de bolas de chicle o como punching-ball—. El policía de tráfico también sufrirá pesadillas indecibles. Su lado ecologista se pone de manifiesto tras su explícita afiliación a Greenpeace en la campaña contra la caza de ballenas. En los márgenes, el autor introduce pequeños personajes que comentarán la jugada con el lector. Hay referencias (tanto ilustradas como verbales) al Trombón Ilustrado que acompañaba a la cabecera madre, así como un nuevo personaje –Manu—, un albañil-deshollinador que ayudará a Gastón en sus estratagemas. Sobresalen los gags con el prototipo de air-bag (para una muerte más limpia) o aquéllos en que Tomás hace autostop. Otras bromas más recurrentes, como el bumerán que vuelve o el reclamo para borrachos, se intercalan con escenas geniales (la del muñeco de nieve atropellado es una de las mejores). Jidéhem se luce con unos fondos esmeradísimos, mientras Franquin ofrece su trazo más esperpéntico y virtuoso, de plumilla hábil e innovadora –incluso la paleta de colores, hasta ahora muy limitada, está presente en estos tomos en todo su esplendor—. Además, en estas páginas se recoge un instante memorable: una patada del Gafe en el trasero de De Mesmaeker, y no es para menos después de soñar con una isla desierta. Hay espacio para la informatización del periódico, consignas como “prohibido borrar pintadas” y la traca final con un anillo de Saturno compuesto de correo atrasado. Personalmente, me quedo con una de las mejores frases de Gaston: “Si todos los generales y almirantes del mundo (…) tuvieran un gato en las rodillas yo me sentiría muchísimo más a gusto”.

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3.8.07

JLA/JLE en Armageddon 2001

Desde la aparición de Clásicos DC: JLA/JLE de Planeta, El Francotirador ha ido reseñando puntualmente cada entrega. Sin embargo, algunos habrán echado en falta el comentario del número 17, que podréis encontrar aquí –aunque la crítica corresponde a la edición de Norma—. A la espera del tomo final, no podíamos obviar el annual #5 de JLA y el annual #2 de JLE, correspondientes al crossover Armageddon 2001, que desafortunadamente han optado por incluir en la colección Sagas DC. Por ello, nos referiremos en adelante a la añeja versión de Zinco (que hemos podido encontrar sin mucha dificultad a un precio irrisorio).

Waverider está buscando al Monarca y en su camino se topa con las dos delegaciones de la Liga de la Justicia. Gracias a sus poderes es capaz de atisbar el futuro (o el pasado) de cada personaje con sólo tocarle la piel, y Giffen, DeMatteis y Jones aprovechan para entregar sus últimos episodios cómicos.

La nómina de artistas invitados parece un repaso a la plantilla encargada de esta etapa de JLA/JLE. A Steve Carr, responsable muy competente de las secuencias de enlace, se añaden Chris Sprouse (que dibuja al Detective Marciano), Darick Roberts (Guy Gardner y Fuego, a quien pedirá matrimonio Oberón), Marshall Rogers (Blue Beetle, un divertido pasaje que podría titularse “Dimitri en la corte del Rey Arturo”, y las escenas del gato amarillo), Kevin Maguire (Hielo), Dan Jurgens (Booster Gold), Joe Phillips (Mr. Milagro), Ty Templeton (General Gloria, que gracias al sistema americano de aumento de empleo consigue que todos los miembros de la Liga luzcan el corte de pelo de Ernie; y el Hombre Elástico, que tuteará a H. G. Wells), Linda Medley (Maxwell Lord y Power Girl), un Russell Braun que parece Bart Sears (Cath, la portavoz de la rama europea), el propio Giffen (con un Rex que recuerda a Mignola), John Beatty y Michael Golden (Hechicera Plateada en la prehistoria, con unos diálogos desternillantes), Randy Elliot (que se burla del traje de Zorra Carmesí con un pasaje propio del western), el maestro de la anatomía Curt Swan (con un despistado Blue Jay en pleno casting de la Legión de Superhéroes).

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Fermín Solís y la lógica de la nostalgia

Fermín Solís debe tener muy buena memoria. Recuerda los detalles más pintorescos de su infancia y los enlaza de manera natural hasta conformar un relato lógico. Sus historias cortas son algo más que enumeraciones nostálgicas, y en ellas no se fuerza el desarrollo de los acontecimientos. En los nueve cuentos de Los días más largos (Balboa, 2003) hay sitio para las lagartijas, los álbumes de cromos, la vocación punky, la vacuna del tétanos, los ultramarinos, las ballestas hechas con pinzas de tender la ropa, criaturas del espacio exterior –como el autor extremeño denomina a las mujeres—, la cruel selección de jugadores de fútbol en el patio del colegio, las novatadas, los días lluviosos y el Tragabolas. Y el último capítulo, que da título al libro, es tan memorable como el principio de Cien años de soledad.

Solís es capaz de tocarnos la fibra sensible al rememorar viejos olores y emociones que creíamos enterrados por la aplastante rutina del tiempo. En eso coincide Koldo Azpitarte, prologuista inspirado de El año que vimos nevar (Astiberri, 2005), que constituye el segundo volumen de las aventuras de Martín Mostaza, alter ego del dibujante. En sus seis historias –cada una precedida de una hermosa portadilla—, el autor vuelve a destacar por su trazo elegante y dinámico, heredero a partes iguales de los diseños de Hanna-Barbera y la escuela del New Yorker. En estas páginas completa el fresco de sus primeros años con referencias a la familia (en especial, las abuelas / dinosaurios), las modas pasajeras, la Bicicross BH, los solares donde antes corrían los pequeños, la mezcla de bebidas en los cumpleaños, el extraño atractivo de las casa ajenas, el famoso programa de fin de año de TVE en que a Sabrina Salerno se le salió un pecho, el fracaso del vídeo 2000, el juego de las sillas… El episodio final, llamado “Las clases se complican” parece toda una declaración de principios: los años de ingenuidad han llegado a su fin. Además, pone de manifiesto que los hijos de la democracia no estuvimos tan lejos del Paracuellos de Giménez. Sólo puede ponerse una pega a este título tan recomendable: que en la foto de clase que figura en la última hoja no aparezca un círculo alrededor del protagonista de estas vivencias.

Enmarcado en un género distinto, El hombre del perrito –otra obra reseñable de Solís, en este caso por el uso de las sombras grises—, presenta un personaje central que ronda la edad adulta y se dedica a diseñar instrucciones para toda clase de productos. La soledad y la timidez marcan el día a día de su nueva vida, después de sucumbir a los encantos de una agente inmobiliaria y alquilar un piso sin muebles. Su vecino Víctor, con problemas mentales, siempre va acompañado de su perrito ladrador, y es atendido por Elisa, una trabajadora social. Las relaciones que surgen entre ellos conforman el núcleo de esta breve pero intensa narración.

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2.8.07

Reseñas: El Bulevar de los Sueños Rotos

El Bulevar de los Sueños Rotos, de Kim Deitch (La Cúpula, julio de 2007). 168 páginas. B/N. PVP: 20 euros.

Otro título que posiblemente se halle entre los diez mejores tebeos del año –y empiezo a repetirme—. Kim Deitch asegura al comienzo de la obra que todo lo que cuenta es real (aunque ha cambiado los nombres de sus protagonistas). El Bulevar de los Sueños Rotos narra las tragedias personales de algunos empleados de Fábulas Parlantes Fontaine, una compañía de dibujos animados de mediados del siglo XX. El libro se centra en el personaje de Ted Mishkin, un animador de vocación que se vuelve alcohólico tras sufrir varias alucinaciones. Como aprendiz de Windsor Newton, el autor de Milton el Mastodonte –una mezcla entre animación y teatro—, conserva la misma ilusión por su trabajo que cuando era un niño. El elenco se completa con Al, hermano al frente de la empresa; Fred, propietario de la compañía; Lillian, amor platónico de Ted; y Nathan, último descendiente de los Mishkin.

Deitch habla de la difícil competencia con Disney, de las nuevas tendencias infantilizadoras y del peligro de fichar a un director artístico estrella, así como del traumático paso al color y los robos de ideas (el pan nuestro de cada día en el ámbito artístico de la época). El omnipresente gato Waldo, híbrido entre Félix y Fritz, surge como amigo invisible de Ted durante una cruda niñez, pero también se trata de la alucinación provocada por una pipa de marihuana.

La original narrativa de Deitch muestra los hechos de un modo fragmentario y repite en ocasiones ciertos pasajes esenciales, al tiempo que da saltos cronológicos y confunde realidad y ficción mediante un espectacular juego de proyecciones. Otras veces, el autor se aleja de los protagonistas haciendo un travelling, como si dirigiera su propia película. ¡Y logrará traspasar la pantalla!

El Bulevar de los Sueños Rotos contiene muertes accidentales, infidelidades, terapias de desintoxicación, referencias a la caza de brujas de McCarthy y a la comercialización de la nostalgia en Toys ‘R Fun. Deitch, por su parte, nos brinda un trazo influenciado por los diseños de la animación clásica norteamericana, con un nivel de detalle casi tan enfermizo como Crumb. Y pese a la reiteración de algunas imágenes de gran impacto visual, no repite ni una sola viñeta.

¿Qué La Cúpula podría haberlo sacado en un mayor tamaño? Sí, para apreciar mejor los fantásticos murales del autor. ¿Qué podían haberle bajado un poco el precio? También, pues hablamos de una novela gráfica en blanco y negro. En PAMMHG, además, le encontraron una errata: la página 160 de la edición española es en realidad la 159, y viceversa. Pero obviad los pequeños fallos y corred a la librería a adquirir este título tan recomendable.

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1.8.07

Reseñas: El Manglar #4

El Manglar #4, de varios autores (Dibbuks, julio de 2007). 68 páginas. Color. PVP: 3,90 euros.

El Manglar se ha convertido, por derecho propio, en una de las novedades más esperadas del mes. Viene tan bien presentado, siempre puntual y, lo más importante: con un elenco de artistas jóvenes de altísimo nivel. ¿Cabría pedir un papel de más grosor, al menos para la portada?

En este número se añaden a la nómina de autores Dupuy y Berberian, procedentes de la prolífica L’Association, para entregarnos “Bobolandia”, una crónica de nuestros días salpicada de canción protesta, absurdos diálogos de TV, así como referencias a la anorexia y el fracaso familiar. Otra novedad es la incorporación de Jorge Parras –el Johnny Ryan español—, que se estrena con “Llerk Valley” a todo color, la historia de amor imposible entre una niña encantadora y una rata muerta llamada Flint, propiedad de Duaic, el nuevo vecino. Por último, Lorenzo Gómez es el autor de la nueva tira, denominada “El joven que leía kamasutras” (de estética incierta, pero graciosa al fin y al cabo).

El ya habitual “Cosmik Roger”, de Julien y MO/CDM, expulsa sus demonios en el psicólogo mientras realiza un frenético viaje en busca de su madre. Frederik Peeters, abonado a la causa, muestra una buena planificación en “¡Qué mierda!”, pero resuelve de manera previsible después de caricaturizar a un Andy Warhol enfadado.

Emile Bravo regresa con una de las colaboraciones más sobresalientes de toda la entrega. “Young Americans” es una historia de cuatro páginas contada en dos tonos distintos: uno para todos los públicos y otro más picarón. Pero el autor, de trazo claramente influido por Edgard P. Jacobs, no modifica ni una sola viñeta. Atención, porque no tiene desperdicio.

Con una línea clara semejante se presenta el nuevo capítulo de “El Vecino”, de Santiago García –autor de las entrevistas de El Manglar— y Pepo Pérez (Con C de Arte merece una visita diaria). Este episodio, más que una reunión de superhéroes parece una fiesta de disfraces, donde las rimas fáciles ganan la batalla a las decisiones trascendentales. Lo más llamativo de la serie es, sin duda, la perspectiva de cotidianeidad con que se narra todo. En la sección de tiras destaca asimismo la colaboración entre el mencionado guionista y Javier Olivares, que describen el mal genio de Miguel Ángel.

Carlos Vermut es el autor de la portada y el entrevistado en esta ocasión, donde anuncia próximos títulos, reflexiona sobre su experiencia en el medio y habla maravillas del ordenador. Además, mezcla acción y extrañamiento en “R.O.M.”, su nueva saga tras la exitosa “Doble sesión”. Jorge Monlongo, por su parte, apuesta por un “Distrito Harrigan” más desarrollado y menos galería de chistes, justo lo que se demandaba. ¿Cómo reaccionará Velasco en un paseo por los bajos fondos?

Castaño y Bartual por fin disponen de una página entera para “Con amigos como estos”, donde describen una divertida y muy verosímil sesión de Pictionary. Pep Brocal está presente en la revista por partida doble: en las tiras (Quasimodo) y en las reinterpretaciones de la mitología clásica de “Pequeñas Hecatombes”, aquí centrado en Ariadna, el Minotauro y Teseo. Paco Alcázar reincide en su universo de mucosidades con “Antes del Desastre”, un título donde mantiene la misma línea cómica de Todo está perdido o Silvio José.

En las secciones de texto –las que se leen primero—, Borja Crespo habla de Nacho Vigalondo, las erratas editoriales y el Salón del Cómic de La Coruña, mientras Manel Fontdevila hace amigos entre los bloggers. Además, se incluyen reseñas y una galería ilustrada de Shag (el mentor de Jordi Labanda). Por si fuera poco, Miguel Brieva regala una tira en la última página a cambio de unas palabritas, donde deja entrever su peculiar sentido del humor.

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