21.12.07

Los mejores tebeos de 2007

En su tercer año de vida y habiendo doblado el número de visitas en los últimos meses (a estas alturas ya rondamos la 100.000 páginas vistas y los 80.000 visitantes), El Francotirador se complace en presentar sus listas con lo mejor de 2007. Por primera vez separamos lo más destacado de los autores extranjeros de las publicaciones de dibujantes españoles –hablamos, como de costumbre, de volúmenes unitarios—, que hasta hora nunca habían figurado en esta sección. Además, incorporamos otro pequeño hit parade con las series más sobresalientes del mercado. Por supuesto, los lectores del blog estáis invitados a opinar y a expresar cuáles han sido vuestros títulos favoritos de esta temporada.

Los 10 mejores tebeos internacionales de 2007

1. El bulevar de los sueños rotos (Kim Deitch / La Cúpula)
2. Canetor (Schlingo & Pirus / Norma Editorial)
3. Nunca me has gustado (Chester Brown / Astiberri)
4. Gus (Christophe Blain / Norma Editorial)
5. Bolland Strips! (Brian Bolland / Glénat)
6. Billy Avellanas (Tony Millionaire / La Cúpula)
7. Hieronymus B. (Ulf K. / Dibbuks)
8. La enfermedad de Zoroku (Hideshi Hino / La Cúpula)
9. La guarida del horror (Margopoulos & Corben / Panini)
10. Fuzz & Pluck (Ted Stearn / La Cúpula)

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Los 5 mejores tebeos nacionales de 2007

1. El evangelio de Judas (Alberto Vázquez / Astiberri)
2. Enciclopedia Universal Clismón (Miguel Brieva / Mondadori)
3. Pinche mundo (Benlloch & Blanco / Polaqia)
4. Recluta con alien (Calo / Aleta & Dibbuks)
5. Lunas de papel (Fermín Solís / Dibbuks)


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Las 5 mejores colecciones regulares de 2007

1. Tomás el Gafe (Franquin / Planeta de Agostini)
2. Concrete (Paul Chadwick / Norma Editorial)
3. Solo (varios autores / Planeta de Agostini)
4. La Cosa del Pantano (varios autores / Planeta de Agostini)
5. Invencible (Kirkman & Ottley / Aleta Ediciones)


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No quisiéramos desaprovechar la oportunidad de comentar dos noticias que se han producido este año. Del lado negativo, el cierre de Recerca y por consiguiente la interrupción de la edición española de Jack Staff y de aquella línea de títulos autóctonos tan prometedores, entre otros materiales. La buena nueva es el ¿incierto? renacimiento de las revistas de cómics con la salida de El Manglar y BD Banda, o la continua profesionalización de fanzines como ARGH! o Barsowia. En este punto, cabe reseñar la aparición de la antológica MOME de mano de La Cúpula.

20.12.07

Reseñas: Héroe al Cuadrado #3

Héroe al Cuadrado #3, de Giffen, DeMatteis y Abraham (Norma Editorial, diciembre de 2007). 80 páginas. Color. PVP: 8 euros.

Apenas siete meses después de su salida en EEUU, ya tenemos aquí la conclusión de la última serie superheroica alumbrada por Giffen y DeMatteis (de quienes podréis ver una foto al final del tomo). Abraham, por su lado, se muestra más suelto que nunca en el entintado –ganando en dinamismo al pasar de rotring a pincel—, aportando un trazo que recuerda al mismísimo Kyle Baker. Mientras tanto, los guionistas mantienen ciertas constantes de la cabecera: los diálogos en vis a vis a partir de un chiste insistente, o los efectos colaterales de destrucción y muerte provocados por los enfrentamientos entre metahumanos.

Así, primero nos topamos con el clon del Capitán Valor y luego asistimos al hilarante interrogatorio en la comisaría (otro clásico instantáneo, como el episodio en la consulta del psicólogo), modernizado ahora con escupitajos. Dado que la colección de Brigada Planetaria no aclaró mucho al respecto, los autores nos brindan al final los orígenes secretos de los protagonistas. De este modo, seremos testigos del encuentro con El Visionario y del derramamiento del Cáliz Empíreo sobre Calígine –ojo al cameo de Stan Lee, el anciano de Érase una vez… y el trasunto de Tetsuo—.

Gracias a Norma, este triste adiós (quizá Giffen se sintió demasiado ocupado escribiendo para las editoriales grandes o la respuesta popular no fue la esperada) viene endulzado por una galería de bocetos, pruebas de color y cubiertas originales. Por otra parte, las erratas en los bocadillos debieron estar motivadas por las prisas.

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19.12.07

Reseñas: Canetor

Canetor, de Schlingo y Pirus (Norma Editorial, diciembre de 2007). 88 páginas. Color. PVP: 20 euros.

Canetor es una especie de pato oscuro, aunque su aspecto se asemeja a la representación clásica de la raza negra. Le gusta hacer bricolaje, cuidar su rosal y llevar al día las labores del hogar –cualquiera se escaquea con dos mandonas como Canorita y Canorina, que despiertan en él una misoginia parecida a la que siente Ignatius en Krazy Kat—. A veces también se disfraza de ternero ladrón de zapatos (un travestismo que le emparenta con Ed Wood), mientras sus sueños remiten directamente al Slumberland de Little Nemo. A su hermana le encantan las salchichas, siempre usa refranes y frases hechas y termina casándose con Raptor el delincuente –un claro homenaje a los Golfos Apandadores de Disney—. Su novia, tras unas cuantas decepciones, tratará de intimar con otras personas, sin demasiado éxito. Hay más personajes, como el vendedor de calcetines o el sobresaliente Lil’ Egg, que aporta un tono adulto a la tira (las escenas pidiéndole pasta al jefe o la vida noctámbula por encima de sus posibilidades no tienen desperdicio). No obstante, el patito protagonista prefiere la escoba.

Canetor esconde un lado perverso e incluso siniestro, presente en historietas como la consulta del médico o la secuencia en el cementerio. El patito feo suele actuar como un cobarde frente al peligro, aunque se le represente en una ocasión como el Charlot de “El gran dictador”. Por ejemplo, huye del hogar convencido de que ha asesinado a su vecino –el Gran Barnabala— con un leño extraviado.

Pirus usa el ordenador para retratar la perfecta geometría del universo de Canetor, un colorido híbrido entre el ya citado Disney y Chris Ware. Al dibujante debemos ese onirismo tan verídico: cómo el personaje se espabila al tiempo que el decorado se desvanece igual que un puzzle, el alucinante paso de las estaciones o el desconcertante rebobinado de fondos son algunos de los mejores momentos del libro. ¿Os imagináis al inocente pato acudiendo a una terapia para obsesos sexuales? Así es el humor de Schlingo Charlie en las viñetas, que desaparece agarrado a una ristra de salchichas, llevando su particular comicidad hasta las últimas consecuencias—.

La edición de Norma, que se abre con el poema “Mañana de abril” del difunto guionista, resulta impecable. Se publica a finales de año, pero entra en el podio de los mejores tebeos internacionales con toda seguridad.

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18.12.07

Reseñas: Adobo #0

Adobo #0, de varios autores (diciembre de 2007). 28 páginas. B/N. PVP: 2 euros.

El fanzine Adobo surge de una élite de dibujantes de Ojodepez partidarios de un humor menos amable y un trazo más contundente. Puede compararse con publicaciones como Cretino o ARGH!, pero su ambición estética no es tan grande como la de los segundos. Por otra parte, combina historietas y textos –con desigual suerte—, una tradición ya clásica en las publicaciones amateur en papel. En este número 0, la paginación les ha jugado una mala pasada y tanto pares como impares han salido mal numeradas (por no hablar de un índice plagado de nombres repetidos).

En cuanto al plantel de autores, sobresalen las colaboraciones de Nacho García y Néstor Fernández. El primero por su línea minimalista y absurda, portadora de una gracia natural; y el otro por su planificación de la página y un estilo lleno de dinamismo. Así, “Corazón de Yeti” y el suicidio de Valentino se alzan como lo mejor de esta entrega, sin dejar de lado los pasatiempos ni la clase de Plástica de 1ºB, con clara influencia de Hideshi Hino.

En otra línea están Johny de Pato (a.k.a. Molg H.) y El Otro Samu, más dependientes del diseño informático pero igual de feístas, que hacen gala de ese odio contenido que caracteriza a los freaks sublimes. Con una caligrafía que recuerda a la de Jorge Parras y unos diálogos que remiten a Miguel Brieva, el primero parece buscar la comicidad en la violencia y las palabrotas, pero después logra puntuar gracias a su enfrentamiento fetal, un híbrido entre Street Fighter y South Park. Mientras tanto, su compañero –seguidor de Darío Adanti— brilla por sus atinados chistes contra El Canto del Loco y por el interesante planteamiento recopilador de “Diguín”. No obstante, añoramos sus “Carapeces”.

Del grueso de Adobo se encargan Fresús Vázquez (con una sección cruel e hilarante de obligada lectura que se llama “Actualidad Cani”) y Pablo Muñoz, que emplea un dibujo cartoon similar a Ren & Stimpy. Si bien el primero –lector de El Jueves— se desmelena con su visión de Madeleine McCain y otros golpes directos al hígado del lector, el segundo abusa de la repetición de viñetas y la rotulación mecánica, ofreciendo en ocasiones historietas que no tienen ni pies ni cabeza.

Los escritores son Claudio Buenafuente, Joseba Glorieta y Joaquín Aldeguer que, salvo en contadas veces, optan por juegos de palabras insulsos y la mofa vascuence en la misma onda que Vaya Semanita. Sin duda, lo más desafortunado de la revista.

Auguro larga vida a Adobo si estos poseedores de talento continúan trabajando duro en próximos salones del cómic y se preocupan por llegar puntuales a su cita aperiódica, como ya hicieran en tiempos de Ojodepez.

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17.12.07

Reseñas: La Cosa del Pantano #13

La Cosa del Pantano #13, de varios autores (Planeta de Agostini, diciembre de 2007). 48 páginas. Color. PVP: 3,50 euros.

Estamos ante el último tomo doble de la colección antes del cambio de formato a TPB que tendrá lugar en febrero. Si hacemos cuentas apenas nos ahorraremos un céntimo, pero así es más probable que se incluyan artículos y galerías de cubiertas originales que del otro modo. Además podremos degustar la prosa de Moore en grandes dosis.

El guionista británico retoma en este número un argumento ya aparecido en la Génesis Oscura de Wein y Brightson: Louisiana fue hace mucho tiempo lugar de explotación de esclavos. Concretamente, la mansión Robertaland esconde una historia de abuso y violencia que imbuirá a los actores de una serie. Durante el rodaje empiezan a utilizar otros nombres y acaban absorbidos por la pesadilla allí enterrada. Así, la Cosa en llamas deberá enfrentarse a una legión de zombis negros con sed de justicia. Moore vuelve a usar la estructura de diario para narrar los acontecimientos, mezclando nociones de vudú y armas de pega.

En el aspecto gráfico, Alfredo Alcalá y Ron Randall se encargan de las páginas secundarias de estos dos episodios –aquéllas donde no aparece la bestia elemental—, mientras Bissette y Totleben continúan por la senda acostumbrada.

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12.12.07

Reseñas: El cadáver y el sofá

El cadaver y el sofa, de Tony Sandoval (La Cúpula, noviembre de 2007). 100 páginas. Color y B/N. PVP: 20 euros.

La Cúpula ha publicado en España (a un precio exorbitante) la primera novela gráfica escrita en solitario por Tony Sandoval, un autor mexicano al que conocíamos por Johnny Caronte, que editó en su día Recerca –empresa que nos dejó con la miel en los labios tras anunciar un número de GEI dibujado por él y cerrar poco después—. A caballo entre la ilustración infantil y la imaginería gótica, haciendo gala de un tratamiento cromático asombroso, el estilo del americano se asemeja en ocasiones al Kieth más caricaturesco y es capaz de descolocar al lector de un modo muy parecido. ¿O acaso no siente turbación el aficionado al ver las escenas sexuales de esos personajes de edad indeterminada, preadolescentes con toda seguridad?

“Los defectos hacen de las cosas algo más interesante” es una frase de Polo, el joven protagonista de esta historia veraniega de amor y miedo. Tímido y temeroso de los hombres-lobo que acechan siempre en la maleza, su encuentro con la siniestra y extrovertida Sophie le cambiará la vida. No sólo harán manitas frente a la TV de 180 canales, sino que acabarán velando el cadáver de Christian con vino “El Diablo” (ojo al juego de palabras) al calor de una fogata. En este sentido, los parajes que describe el libro poseen un carácter de lo más simbólico: un sofá en medio de un desierto y una parada de camiones en un pueblo sin construir.

“El cadáver y el sofá” es una obra que mezcla géneros y aborda varios temas sin profundizar demasiado en ellos, dando la impresión de historia deslavazada. Únicamente así se entienden la brevísima sesión de fotos con Ana –novia del difunto— o el revelador relato de El Moco y El Pelón (una acertada y cruenta visión del bullying). El final, en el que no caben las despedidas, contiene ciertos elementos mágicos y deja secretos sin desvelar, para frustración de aquéllos que prefieren conclusiones cerradas.

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11.12.07

Reseña: El regreso de los conejitos suicidas

El regreso de los conejitos suicidas, de Andy Riley (Astiberri, diciembre de 2007). 100 páginas. B/N. PVP: 10 euros.

La edición española del primer libro de esta serie debió venderse bastante bien porque Astiberri no ha esperado muchos meses para sacar el segundo. No en vano, a diferencia de otros títulos cómicos, las viñetas de Andy Riley no suelen permitir que reprimamos una sincera carcajada. ¿Perteneceré yo también a esa división de mentes enfermas que hallan diversión en la crueldad? Sin embargo, es innegable que nos encontramos ante un volumen plagado de humor negro –muy británico en ocasiones— y referencias populares.

Podríamos mencionar algunos de los gags más sorprendentes de estos conejitos: la estrella de Navidad / guillotina, el tocho de Harry Potter que sirve de losa fatal, el homenaje a “Teléfono Rojo: Volamos Hacia Moscú”, los gnomos de jardín como arma arrojadiza, retorcidos artefactos mortíferos que recuerdan al profesor Franz de Copenhague y a los intentos frustrados de la Sra. Alligator de “Delicatessen”, los cameos de Terminator y Alien, la retorcida y aplastante W de Hollywood, Pete Townshend con un suicida agazapado a su guitarra, los múltiples usos de un rallador de queso o las afiladas ruedas de una cuádriga, la referencia a los Lemmings (parientes lejanos con quienes comparten un mismo destino vital), el martillo de juez, la bandeja del DVD, la tele-silla despachurradora, La Ruleta de la Fortuna de TV, la palanca de un detonador para hacerse el hara-kiri, el pozo de los deseos o algunos puramente ingleses como el cambio de guardia, el fin de año en el Big Ben o la caza del zorro.

No cabe duda de que los conejitos de Riley, con el paso del tiempo, han aprendido a quitarse la vida de modos cada vez más espectaculares y retorcidos –atención al juego de balancines—. Y quizá en esas caritas de no haber roto un plato resida el secreto de su éxito. ¡Otro fantástico tebeo para animar a los jóvenes a la lectura, pero ojo con las escenas políticamente incorrectas!

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10.12.07

Reseñas: El Manglar #5

El Manglar #5, de varios autores (Dibbuks, diciembre de 2007). 68 páginas. Color. PVP: 3,90 euros.

Estaba previsto que este número de El Manglar apareciera en septiembre, pero ciertos retrasos en la presentación de materiales motivaron que saliera a la venta la semana pasada, para desespero de sus seguidores. Confiemos en que sean tantos como aparentan en Internet, pues cada vez se comenta con menos reparo que la próxima entrega de la revista podría ser la última. No tiene nada que ver, pero llama la atención que en el ejemplar de este mes se hallen más erratas que en todos los demás juntos –espaciados dobles y un par de bocadillos de texto cambiados, tampoco es muy grave—. Aparte, el material que contiene no es el más brillante hasta la fecha (pero claro, el listón estaba demasiado alto, con ese crescendo de calidad desde el primer número). La única novedad respecto a los anteriores es la incorporación de David Ramírez y su serie “Dracodomus”, acerca de las rutinas coleccionistas y la peculiar concepción del tiempo de una familia de dragones, todo destilado con su habitual estilo fiel a Toriyama y un humor omnipresente.

Sin embargo, lo más destacado de la entrega se encuentra en las páginas de “Bloqueo energético”, de la dibujante invitada Rutu Modan –paradójico que reconozca en la entrevista sus escasas dotes para garabatear y confiese su dependencia a los referentes fotográficos—. La historieta es la más verosímil de la antología (y además luce un trazo más natural que Metralla) y narra el fraude de una sanadora al tiempo que describe un drama familiar. Continuando con las firmas foráneas, Dupuy & Berberian presentan otro capítulo de su pastiche informativo de tendencias “Bobolandia”, para arremeter contra supuestos cineastas rompedores, los productos biológicos y los fatales efectos de los reproductores MP3. Por su parte, Emile Bravo continúa su chocante y originalísimo homenaje a Edward P. Jacobs convirtiendo a Blake y Mortimer en dos altos cargos del nacionalsocialismo. ¡Sin desperdicio ninguno! La ciencia-ficción costumbrista de “Cosmik Roger” de Julien y Mo/CDM, en cambio, comienza a hacerse pesado y a parecer material de relleno (en este episodio conocemos mejor a su jefe y a su inseparable rastreador Alfa, por no mencionar los caníbales de la isla desierta).

A falta de una colaboración más contundente, José Luis Ágreda sigue ofreciendo sus hermosos índices ilustrados, un autor que disfrutamos en pequeñas dosis, como ocurre con Castaño & Bartual. Al segundo le debe estar afectando el pluriempleo –maquetación de revistas, mantenimiento de dos blogs, colaboraciones en El Jueves…—, pues su tira sobre rodilleras y felaciones en la comunidad de vecinos resulta bastante previsible. ¿Dejarán para el siguiente número las cinco páginas prometidas? Los strips de Santiago García, Javier Olivares, Lorenzo Gómez y Pep Brocal son igualmente anecdóticos.

Borja Crespo dedica su extensa “Fruta Fresca” a la polémica de las caricaturas de los Príncipes de Asturias, recolectando interesantes declaraciones de los autores. En las reseñas de “En la rama”, Álvaro Pons demuestra que no hay favoritismos, al no dejar demasiado bien una de las publicaciones de Dibbuks analizadas. Por otro lado, la galería ilustrada se dedica a la inquietante y deshumanizada Mar Malota, y en “La última hoja” se incluye un perfil y unas viñetas inéditas de Santiago Valenzuela –muy cómica su relación con Valerian—.

Brocal, de nuevo por partida doble, abunda en los viajes en el tiempo y los peligros de intervenir en él (un color bonito en una historieta que tampoco cuenta nada del otro mundo). El segundo episodio de “R.O.M.” de Carlos Vermut es un claro tributo a los videojuegos de antaño –camisetas de Atari, máscaras de Pac-Man—, pero también una curiosa perspectiva de la realidad virtual de los juegos en red o del denominado “rol en vivo”. Asimismo, el autor descoloca a los lectores con la inclusión de nombres reales como Miguel Porto (¿cuándo volverá a El Manglar?). Jorge Parras debe escribir sobre la marcha su “Llerk Valley”, o al menos así parece indicarlo su errático desarrollo. En esta ocasión, Duaic robará al lechero y se aficionará al lanzallamas –¿será acaso el Johnny Zarigüeya al que se refería Alberto Vázquez en El Evangelio de Judas?—. Las sobresalientes páginas de “El Vecino” de Santiago García (otra vez) y Pepo Pérez describen muy de cerca, a diferencia de entregas pasadas, una escena de acción entre Emperador y Lamia, con un lenguaje que recuerda al mismísimo Frank Miller. Gracias a ellos ya sabemos cómo se ponen a tono los superhéroes –esos remedos de Mr. Milagro y Rayo Negro—, aunque por un instante parecía el relato de una violación. Jorge Monlongo también publica una de los capítulos más redondos de “Distrito Harrigan”, merced a ese humor de comisaría y unos personajes caricaturescos. “Antes del desastre” de Paco Alcázar, ubicada estratégicamente al final de la revista –ésa es la hecatombe—, aclara cómo son los mocos embarazados y la manera que tienen de ocultar tales evidencias, algo que sólo podía salir de la mente enfermiza del autor gaditano.

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7.12.07

Reseñas: Súper Puta

Súper Puta, de Manel Fontdevila (Glénat, noviembre de 2007). 120 páginas. B/N y Color. PVP: 19.95 euros.

Los lectores habituales de Manel Fontdevila, acostumbrados al humor ortodoxo de sus colaboraciones en El Jueves, se sorprenderán ante la originalidad de su última propuesta. Súper Puta, confeccionado por el autor de “La Parejita” en sus ratos libres durante unos cuantos años, sólo puede calificarse de experimento (genial o fraudulento, eso ya queda en manos del aficionado). Con su característico trazo de pincel grueso y un uso muy peculiar del color –destacan el amarillo y rojo… ¿los colores de la bandera española?—, el dibujante propone una trama sin pies ni cabeza manejada por los siguientes personajes: Súper Puta (denominada alternativamente Marcia o Pantera), una prostituta que sólo esconde lo que los demás enseñan –antifaz, guantes y botas—; y Nicomedes, un predicador de TV con el que mantiene una relación violenta (un curioso parecido con la Gata Loca) a causa de la dicotomía ayuda / deseo. No en vano, hay una frase nihilista que se repite a lo largo del libro: “Nadie puede ayudar a nadie”. La mayor parte de la obra se ambienta en el garaje Le Impeccable, donde tendrá lugar un secuestro, con un taxista y un mecánico que ejercen de secundarios junto a dos misteriosos muertos –Púmpida y Palito Bayona Stick—. Sin embargo, si sobresale una tercera figura en este relato es la del escritor automático de tinta invisible (¿un alter ego de Fontdevila?).

No cabe duda de que Súper Puta requiere toda la atención del lector, pues se topará con la ausencia de un argumento lógico, así como diálogos plagados de sentencias y acotaciones llenas de juegos lingüísticos. También hay sitio para escenas surrealistas, como la lluvia de sombreros de mexicano o la cópula celestial del epílogo. Por no hablar de las referencias veladas, las connotaciones freudianas y la simbología sexual presentes en la novela gráfica, que se prestan a infinidad de interpretaciones. ¿Quizá esté sugiriendo que en la mente calenturienta de los hombres todas las mujeres son superheroínas? Las ideas de Fontdevila surgen a borbotones, como un torrente incontrolable, y en ocasiones el texto le gana la partida a la viñeta. Puede que nos hallemos ante una novedosa tendencia de ciertos autores nacionales que, llegados a una mayoría de edad profesional, prefieren propuestas menos amables o evidentes. Sea como fuere, Glénat no facilita el acceso a estos títulos más arriesgados poniendo precios tan elevados.

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6.12.07

Reseñas: Interzona #0

Interzona #0, de varios autores (Arsénico Cómics, diciembre de 2007). 80 páginas. Color. PVP: 6 euros.

Entre las actividades de la Semana de Cine Fantástico y de Terror de San Sebastián, destaca la aparición de la revista Interzona, coordinada por Borja Crespo y Rubén Lardín, y maquetada por Manuel Bartual –que ofrece un diseño muy similar al de El Manglar pero en formato más pequeño y con lomo, es decir, el mismo que BD Banda o Barsowia—. Su factura es impecable, aunque se escapan dos destacados iguales y un epígrafe que se repite en el artículo que no corresponde. No obstante, a un precio asequible se ofrece un plantel de artistas envidiable, tanto en lo referente a historietistas como entre los escritores que participan. Dada su calidad (y cantidad), lo más oportuno será hacer un análisis pormenorizado de la publicación.

Y lo primero que sobresale es la galería ilustrada de Hideshi Hino –de una belleza más turbadora que nunca—, que incluye hermosos contrastes de azul y negro y deliciosas pinceladas visibles. Pero si nos atenemos a las páginas de cómic, quizá debamos decantarnos por “Destruyan Ciudad Accidente”, el mejor Paco Alcázar desde “Todo está perdido”, con grandes dosis de perversidad imposible, funcionarios, mascotas inclasificables y un útero primigenio. Su camarada Miguel B. Núñez no anda muy lejos, pues pone en práctica los conocimientos adquiridos en su aventura europea, haciendo gala de un dibujo aún más estilizado y de una historia perfecta sobre la frialdad de los seres humanos y los sacrificios de bebés. Con los escasos ingredientes de “Don Eugenio Martín Ferrer” (un anciano abandonado en una gasolinera y un aroma a leyenda de carretera), Carlos Vermut se alza con el premio a la colaboración más terrorífica del volumen. Por su parte, la cantera responsable del fanzine más atractivo del panorama nacional (ARGH!) no defrauda: Jorge Parras con su página de estructura circular a todo color y Félix Díaz que, mediante una peculiar paleta cromática, nos regala la orgía orgánica a la que nos tiene acostumbrados a partir de elementos como una pistola devastadora y un crío incorruptible.

A otro nivel, Miguel Ángel Martín entrega un recortable ciberpunk y una breve y cerebral historieta. En la contracubierta, el también veterano Mauro Entrialgo muestra su particular visión de los robots japoneses. Un descarado Carlo Hart se marca un collage con dibujos que parecen firmados por Al Feldstein y la toma con el mediático Jordi Costa, habitual de estos eventos. Alberto González Vázquez es otro inclasificable que con el mínimo esfuerzo sorprende por su versión gay de Estela Plateada. David Rubín firma en “Moonriver Runner” su colaboración más floja de los últimos meses, apenas una suma de referencias gráficamente débil, con un personaje andrógino portador de todas las constantes del autor gallego –antifaz y alas— y un cameo de Zemo. Lo peor del conjunto queda en manos de Elpablo (con un trazo similar al igualmente presente Pepo Pérez, que ilustra un texto infumable de Hernán Migoya), Chema García –un guión sobre zombies sin pies ni cabeza— y Kano, responsable de un bestiario incomprensible.

En cuanto a los artículos, el de Sergi Puertas narrando su experiencia en La Cúpula como hombre-filtro de los autores noveles (con ilustración de Sequeiros) resulta, sin duda, el más acertado y sincero de la colección. En otro registro, el Sr. Ausente repasa la figura de Joe Maneely, con la subyugante hipótesis de qué habría pasado con el Hombre de Araña si el diseño hubiera corrido de su cuenta. Completan la antología John Tones, hablando de las adaptaciones al cómic de películas como La matanza de Texas, Viernes 13 y Pesadilla en Elm Street; Jorge de Cascante y su perfil de Eddie Campbell; y un soporífero Jesús Palacios que escribe acerca de la mítica revista “Heavy Metal” –para terminar cayendo en la acumulación de datos (seleccionados subjetivamente, eso sí) que él mismo criticaba al comienzo del texto—.

Interzona es un ejemplo de que con esfuerzo se logran grandes resultados. Lo negativo es que se presente con periodicidad anual (cuando no puntual y efímera), pues se trata de una publicación capaz de interesar a toda clase de lectores avispados, más allá de sus filias y fobias hacia el género fantástico y de terror. ¡No os perdáis las divertidas biografías de los autores en la última página!

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5.12.07

Reseñas: El Evangelio de Judas

El Evangelio de Judas, de Alberto Vázquez (Astiberri, noviembre de 2006). 152 páginas. B/N. PVP: 18 euros.

En su nuevo libro, en formato cartoné y decorado con filamentos dorados –no se merecía menos—, Alberto Vázquez recupera a su personaje mudo más emblemático: la ardilla católica. Fiel a Astiberri, donde ya publicó Psiconautas (una precuela de El Evangelio de Judas, pues comparten el mismo mundo imaginario e idénticas mascotas obsesivo-compulsivas) y algunas colaboraciones en Humo, el autor gallego se muestra aquí más virtuoso y ambicioso que nunca. No en vano, la obra posee una gama de técnicas bastante amplia: desde el grabado medieval –una mezcla imposible entre Doré, Tenniel y El Bosco—, el collage o el fotomontaje, se pasa al retrato realista con suma facilidad, para llegar finalmente a su trazo dinámico y naif más representativo.

El Evangelio de Judas, dada su extensión y para alegría de completistas, recupera las páginas publicadas en Fanzine Enfermo. A esta época pertenecen las escenas masturbatorias, el cementerio de peces, el peligroso cóctel de opio y bañera o el patito de goma salvador. Por eso, a los seguidores acérrimos de Vázquez ya le sonarán Vernel, Jeremías, el bosque malvado, las referencias a las sectas o el encuentro con el Gran Maestro –que desvela el secreto de la felicidad con un vómito aterrador—.

Sin embargo, el material inédito posee cierto tono autobiográfico. Sólo hay que ver las referencias al fanzine “Dios Mola” o el Laberinto de la Falsa Felicidad previo a la entrevista de Judas con Jesús Cristo, el editor magnánimo que le prometerá su propio álbum. En este sentido, la trama recuerda a una antigua historieta de Paco Alcázar, donde Dios proponía al dibujante una versión de la Biblia en cómic, para luego ser rechazado vilmente.

La segunda parte del tomo contiene personajes como Micael, autor estrella de la revista “Laberinto Mental”; o Johnny Zarigüeya, joven promesa del medio. El creador de Alter Ego nos habla entonces del esfuerzo creativo (¡400 páginas en un año!), de la decepción y el colapso ante la entrega absoluta. Por ello, los rosales que hasta ahora servían de viñetas irán dejando sus pétalos para mostrar únicamente las espinas. Con la fábula del Lobito nº3 (el de las patas talladas en madera), Vázquez se centra en otra constante de sus obras: las malas compañías. Y poco antes de que Judas desaparezca del mapa –por cierto, ¡menudas contracubiertas!—, nos obsequia con su azucarada visión de Mimolandia.

Sin duda, un título que engrosará las listas de los mejores tebeos nacionales del año. Desafortunadamente, Alberto Vázquez ha manifestado que tardará en volver a enfrascarse en la laboriosa empresa de alumbrar otro cómic. No obstante, los aficionados aún pueden encontrar sus ilustraciones cada domingo en la sección de sexo de El País Semanal.

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4.12.07

Reseñas: Wassalon

Wassalon, de Clara-Tanit (Astiberri, noviembre de 2007). 100 páginas. B/N con bitonos. PVP: 14 euros.

Me quedé prendado de los personajes naif de Clara-Tanit leyendo los dos episodios que incluyó en Fanzine Enfermo. Poco después, de la mano de Astiberri, aparece su primer álbum, que recopila precisamente las historietas protagonizadas por Wassalon (que es el nombre que dan a las lavadoras en Gante, donde la autora debió pasar algún tiempo, quién sabe si gracias a alguna beca europea). La máquina protagonista, de género femenino, sorprende por sus instintos humanos –llama la atención, en especial, su naturaleza infiel—. Es capaz de dar sustos detrás de la puerta y le encanta ver la TV. A su lado están Patoconejo, Monstri (“half monster, half strawberry”), Pingu y el Osito Panda, entrañables portadores de los mismos sentimientos.

Las aventuras de Wassalon comienzan en la lavandería, con una reclamación imposible: “Trátame como una persona”. Más tarde nos hablará de la “obsolescencia planificada” o edad programada de los aparatos –todo un alegato contra la tecnología efímera—. También trabajará en un bar y acabará retirándose en una comuna hippie. En resumen, una galería de seres inertes y muñecos de peluche con ilusiones de futuro y una clase magistral acerca de la vida sexual de las babosas, que garantizan una lectura amena y conmovedora por momentos.

Clara-Tanit supera sus limitaciones gráficas empleando bitonos grises y diferentes técnicas pictóricas –hay sitio para cartas y fotografías—, aunque su punto fuerte reside en una ingenuidad deliciosa (y un lenguaje dulzón encantador). De hecho, este librito cabría incluirlo en la sección infantil de las librerías, de no ser por el tono elevado de algunos bocadillos: “¡Cállate, hostia!” o “¡Me cago en las malditas normas!”. Otro aspecto particular de Wassalon es que contiene episodios en castellano, catalán e inglés –es decir, se trata de una obra trilingüe—.

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3.12.07

Reseñas: Odio Integral #2

Odio Integral #2, de Peter Bagge (La Cúpula, noviembre de 2007). 188 páginas. B/N. PVP: 15 euros.

Con historietas fechadas entre 1992 y 1994, este segundo volumen de las aventuras de Buddy Bradley resulta bastante más divertido (y absorbente) que el anterior. No en vano, se producen múltiples cambios en la vida del protagonista –tal y como suele ocurrir cuando uno ronda los veintitantos—. Primero se convertirá en manager de un grupo punk liderado por su compañero Apestoso, bautizado con el rimbombante nombre de Leonard y los Dioses del Amor. Su mayor éxito dice así: “¡Yo grito, tú gritas, todos gritamos por la heroína!”. El personaje, después de hacer las deducciones convenientes y padecer una gira en furgoneta con tres individuos llamados Kurt, terminará odiando la música grunge. Hasta la fecha, se trata de la trama más larga de Odio, que luego desemboca en unas cuantas tiras breves del inquilino de gafas oscuras –a modo de misiva o “I wish you were here”—. Como si fuera el diario de la ascensión y caída de una estrella de rock, seremos testigos de cuán rastrero puede llegar a ser Leonard con las chicas (además de su paso por la industria del porno y de un viaje en avión marcado por la ausencia de drogas).

Más tarde, la imprevisible y calenturienta Lisa consigue un trabajo en la librería Emporium en que trabaja Buddy, proporcionando algunos de los momentos más cómicos de la serie (“¡cómemelo!”). Sólo esta chica es capaz de caer tan bajo como para raparse la cabeza y vestirse con un saco de patatas. Pero después de hacer un trato, acaban viviendo juntos en el mismo piso, para desgracia de George Hamilton III. ¡Al menos son conscientes de su degradación y tienen el propósito de rehabilitarse! Así, en una feria de coleccionistas –donde Bagge nos enseña a aprovecharse de los adolescentes más pudientes—, conoceremos al vengativo macarra Yahtzi Murphy, que pondrá en varios aprietos al protagonista.

Por su parte, Hamilton ha sacado un nuevo número de su fanzine Cigoto, ahora gratuito y a todo color, merced a su mecenas Winifred, una mujer madura que lo acoge en su mansión (lo cual provocará más situaciones hilarantes). A continuación tendrá lugar el reencuentro con Valerie, que había estado en París con su jefe y vuelve a la ciudad para celebrar una fiesta surrealista llena de yonquis y beatlemaníacos. Y Buddy, como la gran mayoría de los hombres, nunca se conforma con lo que tiene.

Con una jugada magistral, el autor devuelve a todos los personajes a su sitio en el capítulo final, usando el tono habitual de los desenlaces de las comedias de cuernos. A modo de epílogo, La Cúpula incluye “¡Retorno a la Isla Odio!”, donde volvemos a ver a los editores de Fantagraphics caracterizados de náufragos y a un Bagge endiosado por el éxito –aunque lo más curioso es la referencia a la reedición de basura de principiante—.

No cabe duda de que el mérito de Bagge reside en la verosimilitud de sus historias. Sus criaturas soportan remordimientos, contradicciones y son, por encima de todo, egoístas. La fiel descripción de la juventud estadounidense y su modo de conectar con los lectores (mediante dibujos dinámicos llenos de rayitas y un humor muy peculiar) transformaron Odio, que ya había logrado un sitio en el mercado underground, en una obra generacional. Se nota que el artista dedica mucho tiempo a cada página –sólo hay que ver esos sombreados, que en entregas venideras suplirá por la aplicación del color—. De hecho, es un ilustrador tan expresivo y exagerado que se adecuaría muy bien al diseño de revistas de hot-rods. La edición de La Cúpula mantiene la traducción canónica de Hernán Migoya y la rotulación manual original (eso sí, el precio se ha encarecido un euro).

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